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Muere Bebo Valdes: Mi infancia fue pobre, feliz e inocente


El músico revolucionario, muere en Suecia a los 94 años

Pianista, compositor y arreglista, Bebo Valdés fue uno de los músicos más emblemático

Bebo Valdés, fallecido hoy en Suecia a los 94 años, fue una de las figuras más prominentes del jazz latino y un músico revolucionario, así como padre de otra gran figura de la música afrocubana, Chucho Valdés.
Ramón Valdés Amaro, verdadero nombre de Bebo Valdés, nació el 9 de octubre de 1918 en la localidad cubana de Quivicán, cerca de la Habana, en una familia humilde que le animó a recibir clases de piano gratuitas con Moraima González y pronto la experiencia empezaría a convertirlo en músico.
Pianista, compositor y arreglista, Bebo Valdés fue uno de los músicos más emblemáticos e innovadores procedentes de la isla caribeña por su fusión del jazz y la música afrocubana, que destacó como promotor de "jam sessions" del jazz afrocubano
Valdés era ya músico profesional en los años treinta, época de actuaciones con el padre de Paquito D'Rivera en clubes de jazz como el Rívoli, pero su primera orquesta fue Happy Happy de Ulasia y su primera gran colaboración fue con la orquesta de Curbelo.
La popularidad le llegó en la década de los cuarenta, con sus singulares interpretaciones de ritmos bailables como mambos y cha-cha-chás, y su trabajo con leyendas cubanas como Cachao, Benny Moré, Mario Bauza o Ernesto Lecuona.
En 1945 se unió a la conocida orquesta de Julio Cueva, para quien compuso el mambo "La rareza del siglo"; en 1948 llegó a la Tropicana del director Armando Romeu, donde permaneció diez años y llegó a ser director musical.
En 1952 el productor Norman Granz le encargó la grabación de la primera descarga de jazz cubano para satisfacer el interés que esta música despertaba en Nueva York y formó la orquesta Sabor de Cuba.
Valdés, al que se consideró inventor del ritmo batanga, reacción cubana al mambo basada en los tambores de batá, participó en 1956 en la célebre Cuban Jam Session.
Bebo Valdés tomó en 1960 la decisión de abandonar Cuba al negarse a denunciar a su amigo Humberto Suárez, como le exigían las nuevas autoridades surgidas tras el levantamiento de Fidel Castro, dejando allí un último gran éxito, "Mucho sabor".
Dos años después llegó por primera vez a España, donde realizó una gira con el cantante chileno Lucho Gatica, y en 1963 se estableció en Suecia, tierra natal de su esposa, en la que vivió 42 años.
Tras un larguísimo paréntesis de 30 años, Valdés volvió a la música en 1994, cuando su compatriota Paquito D'Rivera, a quien conocía desde niño porque era muy amigo de su padre, le llamó para que participase en una grabación. Así fue cómo salió su disco "Bebo rides again".
Años después el director de cine español Fernando Trueba le invitó a participar, con otras figuras del jazz latino, en su documental "Calle 54" (2001) en el que aparece tocando "Lágrimas negras" junto al contrabajista Israel López "Cachao", en una participación que le abrió las puertas del éxito y la fama mundial.
En 2002 salió su disco "El arte del sabor", que recoge el legado de este pianista a través de composiciones clásicas, también con "Cachao" (entonces ambos de 83 años) y con el percusionista Carlos "Patato" Valdés.
A continuación se propuso hacer algo novedoso: mezclar el son, los boleros, el guaguancó y otros ritmos de su tierra con el flamenco, y así nacieron las "Lágrimas negras" flamencas en la voz rota de Diego "El Cigala".
Con "Lágrimas negras", trabajo distinguido con un premio Grammy Latino además de ser calificado por "The New York Times" como el mejor de aquel año, Valdés pasará también a los anales de al historia por su contribución a la fusión del flamenco y el jazz.
Bebo Valdés volvió a participar en un rodaje con Trueba, "El milagro de Candeal" (2004), el mismo año en que publicó su doble CD "Bebo de Cuba", mejor álbum de jazz y productor artístico (Trueba) de los Premios de la Música.
Entre sus colaboraciones, aparte de las citadas con "El Cigala" y también su "Blanco y negro" (2004), destaca la realizada con más de una docena de artistas en el recopilatorio "Más sabor flamenco" (2004).
Sus giras por España son habituales. En 2007 hizo la primera con su hijo Chucho, también pianista y compositor, uniéndose al quinteto de este en un recital trepidante y lleno de emoción que acogió boleros, jazz y el superventas "Lágrimas negras".
Juntos, protagonizaron de nuevo "un duelo de pianos" en su gira de 2008 que, entre otros lugares, les llevó a abrir el Festival de Peralada (Gerona) con gran éxito, además de actuar en Madrid.
De 2008 es el "digipack" (CD+DVD) del concierto "Blanco y negro. Bebo & Cigala en vivo", que rodó Trueba durante la gala ofrecida, cinco años atrás, en la Fundación Michael Douglas de Valldemossa (Palma de Mallorca).
Bebo Valdés fue distinguido con cuatro Grammy Latinos, cuatro Premios de la Música y cinco Premios Amigo, una larga lista de galardones a la que se suman las llaves de Miami, que le fueron concedidas la víspera de su concierto de 2006 junto a la Lincoln Center Afrolatin Jazz Orchestra.
También logró el Premio Latino de Honor en la XIV edición de los Premios de la Música de la SGAE (2010), además de ser investido doctor "honoris causa" por el Berklee College of Music de Boston (2011).
Casado desde 1963 con Rose-Marie Pehrson, una joven de entonces 19 años (él tenía 45), ambos residían en Málaga (Andalucía, España), (Andalucía, España) desde noviembre de 2005.



Bebo Valdés y Diego El Cigala se conocieron hace dos años y desde entonces se llevan mejor que cualquier matrimonio

Bebo Valdés y Diego El Cigala se conocieron hace dos años y desde entonces se llevan mejor que cualquier matrimonio. Acaban de grabar un disco, 'Lágrimas negras', donde el octogenario cubano y el treintañero gitano funden lo mejor que llevan dentro: la calma caribeña con la garra del flamenco. Ambos aseguran que ha sido una de las mejores experiencias de sus diferentes vidas.
Pregunta: ¿Qué les sugiere la nueva pareja revelación: Bebo El Cigala y Diego Valdés?
Bebo Valdés: ¿Cómo? Querrá decir Bebo Valdés... (Tras un breve titubeo, cae en la cuenta de que los apellidos están intercambiados a propósito y ríe la broma). Ahhh... Lo nuestro ha resultado una comunión perfecta. Diego es un hombre muy dispuesto, con una extensión de voz increíble. A su lado estoy aprendiendo mucho sobre el flamenco. Tengo 84 años, pero siempre hay que aprender. ¡Aunque tengas 500!
Diego El Cigala: 'Lágrimas negras' ha sido un milagro hecho realidad. Nuestra relación empezó hace dos años y va de maravilla, porque hay un cariño y un respeto mutuos. Como músico es genial: la música forma parte de su naturaleza. Y como persona, te gana. Demasiada nobleza para los tiempos que vivimos. Recto y campechano a la vez.
P: ¿Cómo surgió el flechazo?
D. E. C.: Quien nos lió fue Fernando Trueba, a quien conocí a través de mi amigo El Gran Wyoming en plena grabación de mi disco 'Entre bareta y canasta'. Fernando había hecho el videoclip de una canción, y un día me pasé por la sala de montaje de Calle 54. El pop y el rock no los entiendo, pero viendo la película aluciné con el 'Lágrimas negras' de Bebo y Cachao. No paré hasta que me presentó a Bebo.
B. V.: Nos conocimos en casa de Trueba. También estuvo Javier Limón (productor de 'Lágrimas negras' y de los anteriores discos de El Cigala), y allí intercambiamos impresiones sobre el flamenco y la música cubana. Antes me habían enviado un disco de Diego y al escucharlo me dije: "Este hombre promete, vamos a probarlo". Enseguida acepté colaborar en tres temas de su anterior trabajo, 'Corren tiempos de alegría'.
P: ¿Estaban predestinados a encontrarse?
B. V.: Sí, absolutamente. La primera vez que oí a Lucho Gatica, a mediados de los 50, en Cuba, pasó algo parecido (Bebo fue su director musical). Le dije que tenía un camino brillante, y llegó a ser el mejor bolerista de su época. En España estuvimos de gira en 1962. Diego, como gitano, abarca más registros. Tiene la tristeza y el sentimiento de un barítono cuando baja, y la bravura de un tenor cuando sube. De una nota muy grave puede llegar hasta una muy aguda sin desafinar. Desde el principio le dije: "Nunca dejes de ser tú, porque de lo contrario, lo que hagamos juntos no tendrá ningún valor".
D. E. C.: A mí este encuentro me lo tenía guardado el Señor. Pero si no hubiese sido por Trueba no hubiera conocido a Bebo.
P: La primera vez que grabaron juntos, las lágrimas inundaron el estudio.
D. E. C.: Ahí lloró hasta el apuntador.
B. V.: Fueron lagrimones. Sobre todo con 'Eu sei que vou te amar', de Jobim. Pero lo que más me emocionó fue una niña que se acercó y me dijo que estaba aprendiendo a tocar de piano. No tenía nada para darme, y me regaló una piedra. Le prometí que la guardaría toda mi vida.
P: ¿Qué les ha aportado esta amistad?
D. E. C.: Yo antes era más rabioso, más salvaje. Bebo me ha templado: te aplaca, no te queda otra. Nunca tiene una palabra más alta que otra y no se altera por nada. Junto a él me siento muy suelto, muy tranquilo; me da serenidad.
B. V.: A mí me incentiva su rabia y su desgarro.
P: ¿Hay algún vínculo entre el flamenco y la música antillana?
B. V.: A mí la autenticidad de los flamencos me recuerda a la de los cantantes del guaguancó cubano, un ritmo con una cadencia parecida a la malagueña, con ese dum, dum, dum de bajada. En realidad, el guaguancó desciende de la música africana, y en Cuba tomó ese nombre. El pasado noviembre, mis compatriotas de Miami y yo pusimos a cantar a Diego en el Gusman Theater con Lázaro Galarraga, uno de los mejores cantautores de guaguancó. Los dos intercambiaron estilos ante un público entendido de todas las edades y el éxito fue absoluto.
P: Tras esa actuación, la prensa americana calificó a Bebo como el clásico de la música cubana y a Diego como el Sinatra del flamenco.
D. E. C.: Conmigo está claro que se pasaron. Me lo tomo como un cumplido.
P: En Quivicán o en Lavapiés, ambos tuvieron una infancia humilde pero feliz.
B. V.: La mía fue pobre, feliz e inocente. La recuerdo como una de las mejores etapas de mi vida. En Quivicán, un pueblecito de 3.000 habitantes cerca de La Habana, se vivía del tabaco y la yuca. Mi papá, Emilio Valdés, negro prieto, era empleado del Gobierno; y mi mamá, Caridad Amaro, mulata clara, ama de casa. Yo era el mayor de seis hermanos. Mi adolescencia coincidió con la Depresión. Por aquella época, yo creo que casi todo el mundo pasó hambre en Cuba. Había una canción que se llamaba 'Te odio y sin embargo te quiero', dedicada a la harina de maíz. Se molía y se comía con lo que hubiera: aceite, manteca, papas. El pollo lo comíamos una vez al año. ¡Pero al menos antes tenía sabor!
D. E. C.: Yo vivía en una típica corrala cerca de El Rastro, en la calle Provisiones, 12. De niño me gustaba mucho el balón y la bici. Pero luego escuchaba el cante y dejaba el juego.
P: ¿Desde el principio tuvieron clara su vocación?
D. E. C.: En mi casa siempre se ha cantado flamenco. Camarón, Caracol, Manuel Torres, Juan Talega, Chocolate o el Indio gitano eran mis ídolos. Luego estaban los mesones donde se bailaba flamenco, el tablao Torres Bermejas donde actuaba mi padre, José de Córdoba. Él era cantaor, y mi madre, Aurora, ama de casa. Ella nunca ha sido profesional, pero te canta un fandango al oído y alucinas. El primer recuerdo que tengo de niño fue ver a mi tío en el teatro Calderón con su traje blanco y su sombrero de ala ancha bajando las escaleras cantando. También me impresionó ver cantar a Camarón en el Frontón de Madrid. Allí mismo decidí que quería ser cantaor.
B. V.: A mis padres les gustaba mucho bailar, pero nada más. Yo me fijaba en el pianista y le imitaba colocando las manos sobre una piedra. En los años 20 vino a tocar a Quivicán Antonio María Romeu, el introductor del piano en el danzón cubano. Desde pequeño se me quedaban los cantes, así que mamá me llevó a casa de una amiga suya muy rica, Josefina, que era mi madrina. Su hija Moraima tenía un maestro de piano holandés, y ella fue la que me dio mis primeras clases. Luego mamá me compró con sus ahorros un piano lleno de termitas que costó dos pesos. Con 18 años entré en el conservatorio gracias a una tía santera bien relacionada, aunque me botaron porque el curso estaba empezado y llegué sin libros y sin piano.
P: Su hijo Chucho Valdés, el famoso pianista, ya tocaba con apenas cuatro años.
B. V.: De tanto fijarse en mí. Al cumplir los 16 años lo metí en mi orquesta y cuando salí de Cuba le puse de maestro privado a Bouffartique. Chucho es uno de los mejores pianistas del mundo. Es terriblemente excepcional, tiene una independencia total con las dos manos. También adoro a gente como Bill Evans y a clásicos españoles como Albéniz, Falla o Granados. Me dicen que tengo mucha cadencia española cuando toco.
P: Estuvo 18 años sin ver a Chucho.
B. V.: Yo era neutral, ni de izquierdas ni de derechas, y por eso me tuve que ir. Yo sólo estaba a favor de la música. Pero eso no valía. Me decían que no estaba integrado y me amenazaron con 20 años de cárcel. Podía desaparecer o que me fusilaran... Así que me fui a México al estallar la revolución. Allí tuve problemas con los sindicatos y me vine a España de gira, con Lucho Gatica, y de ahí a París. Por entonces ya conocía a Rose Mary. Nos fuimos a vivir a Suecia. Chucho no pudo venirse conmigo. Hasta que nos reencontramos en Estocolmo. Ahora hablamos por teléfono. La semana pasada me llamó para decirme que se había vuelto a casar, no sé si por cuarta o quinta vez. Hace mucho que no nos vemos, pero en el próximo Festival de Jazz de San Sebastián tocaremos juntos.
(Valdés ha tenido tres esposas: las cubanas Pilar -madre de Chucho- y Noemí -dos hijos-, ya fallecida, y la sueca Rose Mary -dos hijos-, con la que lleva casado 40 años).
P: Háblenme de sus comienzos profesionales, de El Faraón y el Corral de la Morería.
B. V.: Yo entré en el cabaré Faraón para sustituir a un pianista. Tenía 24 años y tocaba en un grupo de jazz. A Cumbero, el encargado, le gustó mi solo de bugui-bugui y me contrató por 60 pesos. Luego se presentó el problema racial. Un director que compró el local le sugirió a Cumbero que me sustituyera por un pianista blanco. Por suerte, luego conocí a un judío que me abrió los ojos. Era violinista y había llegado a La Habana huyendo de los nazis. Yo hacía arreglos gratis, pero él me aconsejó registrar mis obras y así empecé a valorarme como músico.
D. E. C.: A mí el respeto siempre me lo ha dado el público. Desde que yo cantaba para bailar en el Corral de la Morería, con mi trajecito y mi camisa blanca, ya la gente iba a verme. Pero la primera vez que me subí de profesional a un escenario fue en la cumbre Flamenco Joven que se celebró en Chamartín. Dejé el colegio en sexto de EGB y empecé a cantar para el mundo del baile. Eso me dio tablas, porque aprendes a cantarle a cada uno a su estilo. Solía colarme en una academia de la calle Amor de Dios para ver a los grandes bailaores, como El Güito o Manolete. Los hermanos Losada me pusieron luego El Cigala por lo delgaíllo y los pelos tan largos que llevaba.
P: Bebo, supongo que sentirá mucha nostalgia del Tropicana.
B. V.: Claro. Pero mi hijo Rickard estuvo allí el año pasado y la gente le contó que no era la sombra de lo que fue. Entré gracias a Rita Montaner, la mejor artista de Cuba, a la que yo había hecho muchos arreglos. Después fui director musical durante diez años. En 1952 grabé a petición del productor Norman Granz la primera descarga de jazz cubano y, más tarde, Nat King Cole me pidió colaborar en El bodeguero.
P: Aquellas bailarinas debían ser irresistibles. ¿Cayó en la tentación?
B. V.: Ay, ay ay... Eran de película, pero de película. Había unos shows de mulatas terribles y también traían de EEUU unas modelos divinas. Todas estaban buenas (ja, ja). Pero el error más grande que comete un músico es tener algo con alguna de las chicas con las que trabaja. El trabajo y el amor no deben mezclarse.
P: ¿Nunca fue un corazón loco? ¿Nunca se preguntó, como en el bolero, "cómo se pueden querer/ dos mujeres a la vez/ y no estar loco"?
B. V.: No. Yo siempre tuve una y después a la otra. Con las mujeres creo que nunca fui espabilado. Además, fui y soy tímido en ese sentido.
D. E. C.: Un hombre sin una mujer está perdido en este mundo.
P: Amparo, su mujer, siempre ha estado a su lado en los peores momentos.
D. E. C.: Mi mujer, mi hijo y la música me han ayudado a salir de esa pesadilla que es la droga. Y dos o tres amigos, como Wyoming o Jorge Gutiérrez, de la ONG Madrid Positivo. Estuve 15 años metido en un pozo, hasta que toqué fondo y tuve dos cojones para enfrentarme a la realidad. De aquella época no recuerdo nada. Fue como un mal sueño del que quiso Dios que despertase. Me recuperé de esa amnesia viendo películas de vídeo. Tengo más de mil. Ahora mi vida ha cambiado por completo: monto a caballo, pesco, juego al futbito y a la Playstation con mi Dieguito (su hijo de cuatro años)...
P: Bebo, ¿se morirá sin volver a Cuba?
B. V.: No volveré mientras el régimen perviva. Nunca sufrí con ningún gobernante, porque ningún gobernante me quiso gobernar. Ahora quiero comprarme una casa en Sevilla... (Agencias/Masvip)

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