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Alguién pregunta por la Felicidad de Leonora Acuña Marmolejos

Un poco de poesía y cuentos de la autoría Leonora Acuña de Marmolejos siempre vienen bien! En estos das, tiempo es lo que tenemos para leer, escudriñar y aprender, pero también para envolvernos entre cuentos y poesía. Aquí  les comparto el sugerente titulo "La Felicidad", de nuestra querida escritora Leonora Acuña de Marmolejo. ( I.W.A. & Peace Activist)














LA FELICIDAD 
     En una charla amistosa, alguien me preguntó acerca de mi  criterio sobre la felicidad.
     Particularmente pienso que la felicidad absoluta no existe. Si la relacionamos a otros conceptos, frecuentemente vemos que está condicionada por lo que para cada cual constituye  el concepto de este don. Y recordemos siempre que no hay camino a la felicidad: La felicidad es el camino. La felicidad es un trayecto, no un destino; es un estado interno que no depende de cosas externas o de otra gente, y surge de nuestro interior.
     Para algunos, felicidad significa solamente dinero; para otros, amor; para otros, salud, y así… Hay quienes piensan que siendo famosos  o alcanzando el poder, son felices; finalmente otros se contentan con ser físicamente bellos. Así pues, aquella gema, al parecer, tan elusiva depende de la  personalidad e ideales particulares de cada sujeto.

     El renombrado intelectual Denis Waitley, con mucha razón dijo: “La felicidad es una experiencia espiritual de saber vivir cada momento con amor, gracia, y gratitud”. Creo que el secreto estriba en saber apreciarla sencillamente, en el tiempo, manera y dosis en que se presente; sin exigencias, sin objeciones y sin razonamientos analíticos; como los niños cuando reciben un bello juguete: gozando de este sencillamente al máximo. Porque el proceso de reflexión, da características de opacidad a la policromía del paisaje que pudiendo haber sido deslumbrantemente hermoso, pierde entonces su belleza que va difuminándose hacia contornos tristes, lo cual está reñido con la esencia misma de la felicidad.

     Nos aferramos a una tendencia masoquista de sufrir, que casi por tradición y a tientas buscamos; que nuestra voluntad lucha por vencer, y que defendemos subconscientemente  con paralogismos negativos que van desde las más sutiles aprensiones, hasta el miedo en sus diferentes expresiones. Esto nos incapacita para ser felices, o hacernos conscientes en el momento preciso en que podríamos serlo; simultáneamente somos hasta capaces de inquietarnos pensando con pesar, que este momento fuera aún más placentero y espléndido si estuviese complementado por otras circunstancias o realidades. Con esta deseo basta para que el “Hada  Felicidad” se esfume como por encanto, porque ésta, es única desde todos sus puntos de vista y no admite exigencias ni promiscuidad con otros valores semejantes. Somos felices por una cosa o por la otra, pero nó por todas a la vez, porque además si así lo fuera, siendo absolutamente felices y si todo nos fuera concedido a pedir de boca, el aburrimiento por hartazgo sería como una serpiente venenosa que enroscándose  a nuestras vidas nos estrangularía  con sádica crueldad. No tendríamos desafíos nobles,  ni incentivos de lucha, y esto por lógica derrotaría  nuestras ansias de vivir. Además recordemos que la vida está hecha de momentos; vivamos pues cada momento de la mejor manera posible: con optimismo y agradecimento a Dios por el privilegio de la vida. 

     Por una visión miope de nuestra conciencia adiestrada y empeñada en percibir primero el dolor… como un ideal redentor, muchas veces ni siquiera abrimos nuestra psique a una sensación positivista de dicha o placer. Pero con la misma fe, podemos también buscar, descubrir, y disfrutar de la alegría y de la belleza de la vida y de este transitorio paraíso terrenal con un sentido menos punitivo. Por la prevención al sufrimiento, muchas veces la felicidad ha pasado a nuestro lado desapercibidamente, y no hemos tenido la gracia de  hacernos conscientes de ella  y de apreciarla, hasta mucho después cuando parangonando el momento presente con otro pasado en una visión retrospectiva en nuestro subconsciente, hemos visto con pesar como por reflexión en la imagen que nos devuelve, cuántos  momentos de felicidad han pasado inadvertidos.                                                                                                                                                                                                     
     La felicidad no tiene ni un tiempo ni una medida determinados. Por eso a veces surge tan súbitamente y con un impulso tan arrollador que nos aturde y nos confunde de inmediato como cuando irónicamente lloramos de dicha. Tampoco se encuentra en un sitio especial. Es un tesoro disperso, itinerante, y no siendo una sensación prolongada, sino un estado más o menos transitorio de ánimo, lo que podemos hacer  con ella es aprovecharla disfrutándola al máximo y agradecidos como si construyéramos un suelo firme, adoquinado por pequeños  tramos de emociones gratas adosados con la certidumbre  de que han sido únicos y lo mejor de nuestra vida. No busquemos con desesperación de náufragos esta diva porque esta misma zozobra ya de inmediato nos la está robando. Dejemos que ella llegue espontáneamente.

     La felicidad no tiene forma específica y está latente en las cosas más simples: en la sonrisa de un bebé; en la noche  estrellada; en las pequeñas gotitas  de la lluvia rielando cristalinas y trémulas cual diminutos diamantes sobre las rosas arropadas por la luz de un farol; en el rayo de sol filtrándose por la ventana en una dorada mañana; en los pajarillos cerniendo bajo la temblorosa rama de un árbol en torno a un comedero de semillas… ; en la furtiva y acuciosa búsqueda de alimento de una inquieta, astuta, y esquiva ardillita…

     Hay dones que son retributivos. Dar felicidad es también sentirla; no solamente en los planos tangibles, sino también en los espirituales y subjetivos. Hay que tener cierta sutileza para captar las necesidades de todos los seres que nos rodean y estar listos a brindar ya una sonrisa de ánimo, ya una palabra de aliento, ya un gesto conciliador e indulgente… yuxtaponiendo las cosas sencillamente maravillosas  que a veces  son aparentemente triviales pero que involucran tánta dicha para otros, reflejándola a su vez de nuevo hacia nosotros.

       El eminente filósofo y matemático inglés Bertrand Russell (Arthur William) 1872-1970 Premio Nóbel 1950, manifestó que el hombre puede llegar a ser feliz, cuando hay integración entre él (como ente o individuo) y la sociedad; cuando se siente “un ciudadano del mundo”; y sin molestarse en pensar en la muerte, al sentir en una profunda e instintiva unión con el flujo de la vida y los gozos que ésta proporciona,  que en realidad él no estará separado de aquellos que vendrán tras de él.   

      Otros factores que contribuyen a la felicidad son la comprensión, la compasión, y el perdón; no guardar rencores y mucho menos odio porque como bien se ha dicho: “ el odio corroe el barco que lo lleva”; y se ha dicho que puede llegar hasta a causar cáncer. De acuerdo con las normas de la sabiduría oriental, para ser feliz son necesarios cinco factores: Liberarse del rencor y del odio; liberarse de preocupaciones; vivir sencillamente; dar más; y esperar menos. 

     Todas las anteriores son razones suasorias en favor  de la existencia de la felicidad, y ésta es próvida  a nosotros si sabemos percibirla. Ello está sujeto en gran parte a que  nuestro estado de ánimo sea receptivo; todo depende del cristal con que miremos para alcanzar lo que parece ser un mito. Aquí cabría lo, que dice la autora de este artículo en su poema “SENSACIÓN” de su libro “POEMAS EN MI RED”: “no es hermosa la lluvia / y son tenues las nubes / cuando estamos felices?/ Pero son nubarrones / que presagian tormenta / cuando el alma agoniza / de pesar y tristeza /. Y la lluvia que otrora / tintineara feliz / en nuestros ventanales, / es pertinaz y odiosa / aquí en la claraboya / cuando el barco navega / sin rumbo, a la deriva.”

                                                                           



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