JOSÉ SARAMAGO fallece en Lanzarote a los 87 años
El escritor José Saramago, Premio Nobel de Literatura, ha fallecido este mediodía en la localidad de Tías (Lanzarote, España) a los 87 años de edad. Sin duda, fue unos de los escritores más conocidos y apreciados en el mundo entero. Su literatura y el compromiso moral con la sociedad de su tiempo le convirtieron en una voz crítica frente a las injusticias y desigualdades del mundo. “Escribo para comprender”, confesaba el autor portugués.
La directora de Alfaguara España, Pilar Reyes, ha lamentado la pérdida de José Saramago en nombre de toda la editorial y del Grupo Santillana: “Este es un momento difícil de asumir. Con él se va no sólo un gran escritor sino un intelectual comprometido, un ciudadano honesto. Publicamos su primera obra en 1994 con la aparición del libro de relatos Casi un objeto. Desde entonces, con más de una veintena de libros, su obra se convirtió en una columna fundamental de nuestra editorial”.
La celebridad y el reconocimiento a escala internacional le llegaron con la aparición, en 1982, de su ya legendaria novela Memorial del convento, a la que siguió El año de la muerte de Ricardo Reis. En esta última, su precisa y sentimental indagación del universo de Fernando Pessoa —a través de uno de sus heterónimos— se convirtió casi de inmediato en una obra «de culto» que cruzó todas las fronteras. El trabajo narrativo de José Saramago gozó desde entonces de una admiración sin límites. Otros títulos importantes publicados en Alfaguara son Manual de pintura y caligrafía, Casi un objeto, Historia del cerco de Lisboa, La balsa de piedra, El Evangelio según Jesucristo, Todos los nombres, Levantado del suelo, Ensayo sobre la ceguera, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte, Poesía completa y Cuadernos de Lanzarote I y II. Alfaguara ha publicado también el libro de viajes Viaje a Portugal y el relato breve El cuento de la isla desconocida. En el año 1998 recibió el premio Nobel de Literatura.
En su libro Las pequeñas memorias (Alfaguara, 2007) Saramago decía: “De alguna forma sigo siendo un campesino. Parece disparatado decirlo pero sólo yo puedo saber lo que llevo de campesino dentro de mí. El pasado está lejos pero nunca me he podido separar de él, del niño que fui”. Su fina ironía fue una de sus herramientas literarias más poderosas. En su hermoso libro, El viaje del elefante (Alfaguara 2008), Saramago reflexionaba sobre la condición humana y nos hacía sonreír a lomos de Salomón, un elefante indio que parte de Lisboa para emprender un asombroso viaje a Viena. Su última novela publicada fue Caín (Alfaguara 2009) en la que, con la distancia que le permite la ironía y la cercanía que le otorga un compromiso apasionado con los hechos que narra, Saramago nos regalaba una cruda a la par que humorística parodia del gobierno del cielo.
Alfaguara estaba trabajando en estos momentos en dos nuevas obras de José Saramago. Por un lado, el segundo volumen de El Cuaderno, que recoge sus comentarios de su blog, y el libro Saramago en sus palabras, preparado por Fernando Gómez Aguilera y que conforma un corpus de reflexiones personales, literarias, ideológicas y políticas elaborado a partir de declaraciones del autor en la prensa escrita.
La capilla ardiente de José Saramago se instalará a partir de las 17 horas local (las 18 horas en la Península) en la Biblioteca José Saramago (C/Los Topes, 3), en la localidad de Tías (Lanzarote).
FRASES DEL AUTOR:
«Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte.» (Última entrada en el blog de José Saramago, bajo el título “Pensar, pensar”).
«Escribo para comprender, y desearía que el lector hiciera lo mismo, es decir, que leyera para comprender. ¿Comprender qué? No para comprender en la línea que yo estoy tratando de hacerlo; él tiene sus propios motivos y razones para comprender algo, pero ese algo lo determina él.»
«En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que soy hoy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.»
«La importancia que puede tener usar una palabra en vez de otra, aquí, más allá, un verbo más certero, un adjetivo menos visible, parece nada y finalmente lo es todo.»
«Un libro es casi un objeto. Porque si es verdad que es algo voluminoso, que se puede tocar, abrir, cerrar, colocar en un estante, mirar e incluso oler (¿quién no ha aspirado alguna vez el aroma de la tinta y el papel ya fundidos en una página?) también es verdad que un libro es más que eso, porque dentro lleva, nada más y nada menos, la persona que es el autor. De ahí que sea necesario tener mucho cuidado con los libros, enfrentarse a ellos dispuestos a dialogar, a entender y a tratar de contarles lo que nosotros mismos somos. Los buenos libros, que es de lo que aquí se trata, están hechos con la honestidad y el trabajo de autor, luego hay que tratarlos también con honestidad y sin regatear esfuerzos.»
«Llevamos siglos preguntándonos los unos a los otros para qué sirve la literatura y el hecho de que no exista respuesta no desanimará a los futuros preguntadores. No hay respuesta posible. O las hay infinitas: la literatura sirve para entrar en una librería y sentarse en casa, por ejemplo. O para ayudar a pensar. O para nada. ¿Por qué ese sentido utilitario de las cosas? Si hay que buscar el sentido de la música, de la filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada. Un tenedor tiene una función. La literatura no tiene una función. Aunque pueda consolar a una persona. Aunque te pueda hacer reír. Para empeorar la literatura basta con que se deje de respetar el idioma. Por ahí se empieza y por ahí se acaba.»